Solo se necesita
de un segundo para que la vida te cambie. Solo necesitas tomar una pequeña o
gran decisión para que la vida te de un vuelco total.
Después de dar 458
mil vueltas en mí cabeza tomé una de las decisiones más difíciles de mi vida:
dejé ir al hombre más maravilloso del mundo. Lo saqué. Por su propio bien.
Lo curioso es la
cantidad de cosas por las que he pasado desde el momento en que salió por la
puerta de la casa para dejar de vivir juntos después de siete años de
aventuras.
Ya ha pasado más
de mes y medio de estar separada. Y yo, como imperfecta que soy, tengo un efecto
retardado que me caracteriza que empieza a ser evidente, sobre todo los
domingos a eso de las 5:00 de la tarde, cuando entra un desespero por ir a
cine, pedir una pizza o ir a La Calera a ver la cuidad. O cualquier cosa que te
haga olvidar que ya no tienes a alguien que te arrunche los pies.
Pero el hecho
que lo extrañe, no implica que vaya a salir corriendo por él. El hecho que lo
extrañe, no implica que me voy a meter con el primero que me haga ojitos. El hecho
que lo extrañe, no implica que me voy a morir. No. Mi amor propio es tan grande,
que prevalece ante todo eso.
Justamente eso
me preguntaron hace días. Que si mi extrema “independencia” no me había traído
muchos problemas. A lo que respondí que a mí no tanto, pero a los que se metían
conmigo, tal vez, por no saberla entender.
También se
presenta un fenómeno paranoramal que radica en que a medida que se van
enterando que ahora estoy ‘sola’, tienen a aparecer todos en manada, como si el
hecho de estar soltera significara que estoy buscando a alguien. Como si
buscara esa media naranja para hacer un jugo, cuando no comprenden que esta
naranja está completa tal cual está.
No obstante, es
interesante ver el fenómeno sociológico, del cual uno se convierte en una mera
espectadora para ver una serie de reacciones extrañas.
No falta el que
siempre te buscó y sí; algo había, ese gustito y coqueteo que jamás se formalizó,
pero cuando ven que puedes estar dispuesta, se cagan del susto, se enconchan y
desaparecen, como si el atractivo radicara es que estabas con otra persona. A
ese le dije que me iba a tocar buscar un nuevo marido para llamar su atención.
Así que ese: Check!
Luego está el que
te vende la idea que va a ser un parcero eterno: “Mira, acá solo vamos a
disfrutarnos” (pueden poner voice over sexy en su cabeza) “Nada de compromisos,
no te quiero para casarte. No por lo menos durante este año. Así que pase lo
que pase, vamos a ser parceros y siempre la verdad” ¡Ja Ja Ja!
Vale, vamos a
jugar a eso a ver cómo es que va a salir.
Preguntó cosas. Contesté con toda la
sinceridad de la vida. Como siempre. Lo que no entiendo es ¿cuál es el fin de
preguntar pendejadas a lo cual la respuesta no les va a gustar? ¡No pregunten!
Después de mi respuesta cruda ante una realidad en extremo, se alejó como alma
que lleva el diablo. Check!
Está el que se
acerca de a pocos. Que tiene detalles sencillos. Los de “ven por un abrazo”,
preguntan como amaneces, te dejan besos virtuales los cuales recibes apenas te
despiertas (Tipo 5:30 a.m. con un: “Este beso es para la frente cuando
amanezcas”) y uno apenas hace un “Ayyyy, pero qué tierno” y se pregunta simultáneamente:
“Vamos a ver cuánto le dura”. Esos no me preocupan mucho: uno está por las Europas,
y los otros no les doy más de un mes hasta que se cansen de pedalear y se den
cuenta que como buena consentida, yo me dejo consentir.
Está el que es
casado y aun así va buscando el terreno para hacer algo. Pero no señoras. Más
allá de las cuestiones éticas y morales que me pesan (aunque no lo crean) es
porque, así me encante el tipo, me derrita y escurra baba, eso al final no irá para
ningún Pereira. Y no es porque lo quiera para casarme, pero eso de esperar a
que me dedique tiempo, esperar con el digiturno a que me toque, como que no es
para mí. Check!
Está el que me
ha encantado toda la vida. El que si me llega a decir que nos vayamos a vivir a
Indonesia, lo hago a ojo cerrado. Del que salí huyendo despavorida porque me
compró un cepillo de dientes para tener en su casa. A esa tierna edad (23) era
como si me propusieran matrimonio. Y lo dejé ir.
Además, porque es de esos
tipos que me chiflan: complicados, inteligentes, enredados, ensimismados y
solitarios. Es decir, la perdición total y fracaso seguro. A ese le dije de una
buena vez lo que quería con él. Hacerle el amor hasta la perdición y si se
puede hacer otro tipo de cosas, ¡chévere! Fue algo así como: “¡Ah! Y aprovechando
mi racha de sinceridad, quiero decirle que no solo lo quiero para tener sexo.
Ese se encuentra en cualquier parte. Eso sobra. En cambio encontrar a alguien interesante
para hacer infinidad de cosas, no es tan fácil. Y diciendo esto me retiraré
lentamente” (conversación de WhatsApp).
Pues el tipo
juró que yo estaba borracha (jajajajajajaja juro que no). Me dijo que borrara
el chat y que mañana no tendría remordimientos ni sentido de culpa. ¿¿¿¿Ahhhhh????
Y yo enchuspada en la cama viendo mi serie favorita. Check!
La cuestión de esta
exposición de casos, sociológicamente estudiables, es que todo indicaba que el
hombre que dejé ir parecía el hombre perfecto. Y lo dejé ir. La pregunta de
fondo es: ¿era perfecto para mí?
Mi respuesta la
tengo clara. Dura pero ya está tomada. Y puede que haya momentos en que me
pregunte si la cagué. Y mi respuesta es: ni puta idea.
Uno de todos
estos personajes me dijo muy sensatamente: “¿Para que se le propone algo a
usted en este momento? Es como tirarle una piedra al mar. Porque así es usted.
No se le puede contener”. ¡Joder! ¿Y qué tal me conociera?
Yo creo en el
destino y que las personas nacen para algo. Por ahora no creo que yo haya
nacido para el matrimonio ni tener más hijos, y eso no me hace una mala persona.
Pero eso debe estar claro si alguien se quiere meter conmigo. No soy fácil y
eso no es un secreto.
Tampoco implica
que siempre voy a pensar así. Tal vez no. He manifestado que estoy a favor del ‘patraseo’.
¿Por qué no? Siempre, siempre, siempre, podemos cambiar de opinión y quizás yo
lo haga. O cuando me vea madura, di tu a los 55 años, me junte con alguien para
pasar esa época de mi vida.
Yo no quiero un
esposo. Si llega un compañero, quiero que sea de vida y de viajes. Que nos sigamos
la cuerda; que andemos con lo necesario, pero que tengamos para darnos gusto;
que no tenga que empujarlo para hacer las vainas; que diga las cosas y las
haga; que me enseñe; que sea tan auténtico como le salga de los cojones y que
su actividad favorita sea ¡vivir!
No crean. No son
características fáciles de encontrar todas juntas. Si llega; chévere. Si no; tengo
lo suficiente en mí para ser absolutamente feliz.
Así que no hay
de que preocuparse. No soy la primera ni seré la última a la que le pasa esto.
Sola no estaré. Me tengo a mí. Aunque no deja de doler esto de ser sensata y
tomar decisiones difíciles. Pero alguien lo debe hacer.
Vamos a
cortarnos las venas? Listo. Les dejo dos perlitas.
A sobrevivir que
el mundo es de los valientes que no vivimos en la zona de confort!
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