martes, 30 de julio de 2013

La primavera sabe que la espero en Madrid

Dejar ciclos atrás nunca es fácil.

Cuando tomé la decisión de venir a estudiar mi maestría a España, lo hice tranquila. Absolutamente convencida de que iba a regresar a casa. Y así será.

Ahora, dejo España con un nudo en la garganta. Absolutamente convencida, que si algún día regreso, no será del mismo modo.

Es extraño darte un stop en tu vida impecablemente responsable, dejar de ser la madre que llega de su trabajo en su coche a su apartamento, que paga cuentas del banco, que discute en juzgados, que  se ocupa de la lonchera del niño y todo lo que ser madre de familia conlleva; para pasar a volver a ser una estudiante, como si tuviera 20 años, es algo de lo que estoy agradecida en la vida.

Salir de mi zona de confort, de mi casa organizada a vivir en un piso con gente diferente y aprender de todos, fue una de las mejores experiencias de mi vida. He tenido momentos muy difíciles, en los que me preguntaba por qué carajos había tomado esta decisión. Pero luego veía lo abierta que estaba mi mente y todo lo que había aprendido y solo podía estar agradecida con el universo.

Al universo por permitirme conocer lugares preciosos, porque mis ojos tienen ahora imágenes que no se van a poder borrar tan fácil de mi retina. Porque conocí una cultura rica en todo: sus “palabros” me encantaron y ahora me es difícil buscar sinónimos para traducir lo que quieren decir en colombiano; su comida y dieta mediterránea que me emborracharon de sabor desde la costa gallega y su pulpo, pasando por las tapas vascas con las que discutí tanto, bajando a su cocina madrileña con cayos, llegando a los ‘tapones’ de Granada y el salmorejo cordobés;  porque conocí su música y su arte lleno de canciones trufadas de notas muy suyas; sus copas, chupitos y su marcha; porque aquí fue donde por primera vez vi nevar y aprendí a valorar el verano y porque aquí fue donde volví a creer en la gente.
De todo, el mejor recuerdo que me llevo es el de la gente.

Gente que me recibió en su casa después de años de no verme. Así que gracias a Marcelo, Lena y Vale por darme el gran ‘Welcome’. A Betty, Rosita y Jaime que me alimentaron el cuerpo y el alma en la mejor tapería que conozco, ‘El Don de Betty’. 
Luego fue mucho lo que aprendí. Bueno y no tan bueno.

Conocí personas muy mayores, con espíritu joven, pero muy curtido a la hora de hacer daño a las personas que quiero. Abrí mi corazón a muchos que luego me hicieron daño, como por lo general me ha pasado en mi vida. Pero esta vez hubo una gran diferencia: He crecido, porque aunque me dolió, no me arrepiento de haberles dado lo mejor y más sincero de mí y no tengo absoluto resentimiento por nadie. Al contrario, me hicieron aprender a darme siempre con más y más amor.

Conocí madrileños con espíritu colombiano. Gracias a mi Hesenberg del alma por sus pactos silenciosos de cuidarnos, por arrancar con su coche y mis amigas a conocer el sur de España, por sus barbacoas en la piscina y por acogerme para comer las doce uvas hasta el 2 de enero; y a Marcos por acompañarnos a ver una de las fiestas más grandes del mundo en Pamplona.

Gracias a Xanita, Jio y el resto del parche colombiano, con los que comimos arepas, tocamos impros de bajo, guitarra y batería, vimos partidos, tuvimos tardes casi sin dinero en La Sureña e hicimos de la Noche Buena un banquetón.

Gracias a todos y cada uno del MPC 33, mis compis de clase. Fue duro. Duro no, lo siguiente. Adaptarme a modelos de trabajo distintos culturalmente, para mí fue un aprendizaje enorme. Con unos puede entenderme, con otros jamás. Pero de todos, todos, todos, me llevo algo bueno e hice con ustedes los que más me gusta hacer: aprender.

Otra experiencia enorme para mí fue trabajar con personas brillantes de ingenio y mejores como personas. NewCast fue una de las mejores cosas que me pasó en esta estancia. Aprendí todo de la cultura española gracias Bartolo, Iván y YouTube: “Pim, Pam, Pum toma Lacacitos”, “Viva España, Viva el Rey, Viva el orden y la Ley” y “Ahaha la Sole que te doy con el mechero” son cosas que nadie me va a entender. Escuchar ese argentino españolizado de uno de los mejores jefes que he tenido; Migue: Gracias por siempre saber enseñarme, decir las cosas con tacto y mostrarme que la creatividad no tiene ni límites ni miedos. Andre: una de las chicas más currantes, joven y talentosa que he conocido jamás: ‘muchacho’ vas a llegar muy lejos y espero estar ahí para verlo. Elena que me mostró que la sensibilidad española está a flor de piel pero que a la vez puedes contestar con tres palabrotas y seguir siendo una dama. A Ángel, un enorme gracias por tantos Gin Tonics, caminadas gastándonos un euro a la madrugada, pollitos, ensaladas y tertulias de cine y música.

Gracias a mi familia de Toledo 49: a María y su sonrisa que vale un millón, a Rocío con sus comentarios que siempre me subían el ego, a Mariana por mi piojito del símbolo de la paz y cena de despedida, Ernesto y su costumbre de verme extraña si no era en pijama, a Alfredo que es el único hombre que  ha recogido mis bragas de la cuerda de ropa (tranquilo, sé que te debo una lavada) y a Diego, mi facho favorito. Éramos y seremos la ONU en pleno.

A los que nos recibieron a mis amigas y a mí, en sus ciudades. Gracias mil. Con Carlitos Rodríguez, (que por desgracia sé que no leerá esto) conocí la gastronomía vasca, fue mi primer tapeo y vomité en el Gugguenheim de Bilbao por sobredosis de comida; de Jose aprendí a hacer Salmorejo cordobés (a ver si en Colombia recuerdo cómo es) y que los hombres españoles tiene un corazón enorme; Gracias a George y su casa en San José por acompañarme a ver por primera vez el Mediterráneo en Cabo de Gata, por abrirme las puertas de su hogar y de su máquina de hacer pan. El mejor que he comido en el mundo.

A Juliana y Zori que me permitieron llegar a Granada a asustarme con  esto de las procesiones de Semana Santa en Andalucía. A José Luis y su rescate de tres chicas en las carreteras valencianas y enseñarnos lo divertidos que son los puertos.

Gracias a los y las madrileñas con los que hicimos largas caminatas de la vergüenza: a Joshua y la casualidad de conocernos, a Manu con su imitación cubana perversa, a Pedro de Salamanca por su sinceridad, a Anton y sus filosofías asociativas, a Gregor y los All Bran con Nesquick, a Raquel y esa transparencia y buena onda, a Kike y Migue por decirme ‘exótica’ y darme a probar esa crema de Orujo gallega que me valió un morado en la pierna por dos semanas.

Sé que se me pueden quedar muchos en el tintero, y lo siento, a cada uno le daré lo suyo.
Pero quiero cerrar dándoles las gracias a mis hermanas.

Pauli: No se me olvida que tenemos un negocio por montar. Gracias por abrirme las puertas de ese corazón tan valioso. Por favor, no viajes con tanta comida de acá porque te pueden detener. Nos vemos en Bogotá.

MariPau: La urraca mayor. Qué sería de mí sin tu cama en la Latina. Sin esos chismes mañaneros por WhatsApp y esos momentos de incertidumbre acompañados de litronas. No sé si vayas de regreso a Colombia, pero estaré ahí para ti. Siempre.

Lore: Compañera desde el inicio de este viaje. Una mujer fuerte y valiente. Más consentida que yo y que lava el baño como nadie. Gracias por aguantarme, incluso hasta en mis pesadillas. Tú no te preocupes. Recuerda la regla que te dije  un día, la número once: “Al final, todo sale bien. Y si no sale bien, es porque no es el final”. Te quiero. Y sea donde sea que el universo te ponga, podrás buscarme para hacer pucheros. Tenemos pendiente un libro por escribir.

Ahora me voy a mi tierra a dale las gracias a mi madre y a Yepes por quedarse al lado del cañón, esperando que yo volara, como siempre lo hago. Solo que en esta ocasión, fue mucho más lejos y por mucho más tiempo. Gracias a mi hijo que se portó como un niño grande mientras su mamá crecía más. Alejo: soy la madre más orgullosa que existe en el mundo, por tenerte como hijo.

Ya se acabó esto de vivir como estudiante.
Me voy feliz, me voy contenta y me voy grande. Pero sé que siempre habrá un tren que me deje en Madrid.

Los quiero.