martes, 28 de abril de 2015

Cuando dejas ir al hombre perfecto



Solo se necesita de un segundo para que la vida te cambie. Solo necesitas tomar una pequeña o gran decisión para que la vida te de un vuelco total.

Después de dar 458 mil vueltas en mí cabeza tomé una de las decisiones más difíciles de mi vida: dejé ir al hombre más maravilloso del mundo. Lo saqué. Por su propio bien.


Lo curioso es la cantidad de cosas por las que he pasado desde el momento en que salió por la puerta de la casa para dejar de vivir juntos después de siete años de aventuras.

Ya ha pasado más de mes y medio de estar separada. Y yo, como imperfecta que soy, tengo un efecto retardado que me caracteriza que empieza a ser evidente, sobre todo los domingos a eso de las 5:00 de la tarde, cuando entra un desespero por ir a cine, pedir una pizza o ir a La Calera a ver la cuidad. O cualquier cosa que te haga olvidar que ya no tienes a alguien que te arrunche los pies.

Pero el hecho que lo extrañe, no implica que vaya a salir corriendo por él. El hecho que lo extrañe, no implica que me voy a meter con el primero que me haga ojitos. El hecho que lo extrañe, no implica que me voy a morir. No. Mi amor propio es tan grande, que prevalece ante todo eso.

Justamente eso me preguntaron hace días. Que si mi extrema “independencia” no me había traído muchos problemas. A lo que respondí que a mí no tanto, pero a los que se metían conmigo, tal vez, por no saberla entender.

También se presenta un fenómeno paranoramal que radica en que a medida que se van enterando que ahora estoy ‘sola’, tienen a aparecer todos en manada, como si el hecho de estar soltera significara que estoy buscando a alguien. Como si buscara esa media naranja para hacer un jugo, cuando no comprenden que esta naranja está completa tal cual está.

No obstante, es interesante ver el fenómeno sociológico, del cual uno se convierte en una mera espectadora para ver una serie de reacciones extrañas.

No falta el que siempre te buscó y sí; algo había, ese gustito y coqueteo que jamás se formalizó, pero cuando ven que puedes estar dispuesta, se cagan del susto, se enconchan y desaparecen, como si el atractivo radicara es que estabas con otra persona. A ese le dije que me iba a tocar buscar un nuevo marido para llamar su atención. Así que ese: Check!

Luego está el que te vende la idea que va a ser un parcero eterno: “Mira, acá solo vamos a disfrutarnos” (pueden poner voice over sexy en su cabeza) “Nada de compromisos, no te quiero para casarte. No por lo menos durante este año. Así que pase lo que pase, vamos a ser parceros y siempre la verdad” ¡Ja Ja Ja! 

Vale, vamos a jugar a eso a ver cómo es que va a salir.

Preguntó cosas. Contesté con toda la sinceridad de la vida. Como siempre. Lo que no entiendo es ¿cuál es el fin de preguntar pendejadas a lo cual la respuesta no les va a gustar? ¡No pregunten! Después de mi respuesta cruda ante una realidad en extremo, se alejó como alma que lleva el diablo. Check!

Está el que se acerca de a pocos. Que tiene detalles sencillos. Los de “ven por un abrazo”, preguntan como amaneces, te dejan besos virtuales los cuales recibes apenas te despiertas (Tipo 5:30 a.m. con un: “Este beso es para la frente cuando amanezcas”) y uno apenas hace un “Ayyyy, pero qué tierno” y se pregunta simultáneamente: “Vamos a ver cuánto le dura”. Esos no me preocupan mucho: uno está por las Europas, y los otros no les doy más de un mes hasta que se cansen de pedalear y se den cuenta que como buena consentida, yo me dejo consentir.

Está el que es casado y aun así va buscando el terreno para hacer algo. Pero no señoras. Más allá de las cuestiones éticas y morales que me pesan (aunque no lo crean) es porque, así me encante el tipo, me derrita y escurra baba, eso al final no irá para ningún Pereira. Y no es porque lo quiera para casarme, pero eso de esperar a que me dedique tiempo, esperar con el digiturno a que me toque, como que no es para mí. Check!

                                              

Está el que me ha encantado toda la vida. El que si me llega a decir que nos vayamos a vivir a Indonesia, lo hago a ojo cerrado. Del que salí huyendo despavorida porque me compró un cepillo de dientes para tener en su casa. A esa tierna edad (23) era como si me propusieran matrimonio. Y lo dejé ir.

Además, porque es de esos tipos que me chiflan: complicados, inteligentes, enredados, ensimismados y solitarios. Es decir, la perdición total y fracaso seguro. A ese le dije de una buena vez lo que quería con él. Hacerle el amor hasta la perdición y si se puede hacer otro tipo de cosas, ¡chévere! Fue algo así como: “¡Ah! Y aprovechando mi racha de sinceridad, quiero decirle que no solo lo quiero para tener sexo. Ese se encuentra en cualquier parte. Eso sobra. En cambio encontrar a alguien interesante para hacer infinidad de cosas, no es tan fácil. Y diciendo esto me retiraré lentamente” (conversación de WhatsApp).

Pues el tipo juró que yo estaba borracha (jajajajajajaja juro que no). Me dijo que borrara el chat y que mañana no tendría remordimientos ni sentido de culpa. ¿¿¿¿Ahhhhh???? Y yo enchuspada en la cama viendo mi serie favorita. Check!

La cuestión de esta exposición de casos, sociológicamente estudiables, es que todo indicaba que el hombre que dejé ir parecía el hombre perfecto. Y lo dejé ir. La pregunta de fondo es: ¿era perfecto para mí?

Mi respuesta la tengo clara. Dura pero ya está tomada. Y puede que haya momentos en que me pregunte si la cagué. Y mi respuesta es: ni puta idea.

Uno de todos estos personajes me dijo muy sensatamente: “¿Para que se le propone algo a usted en este momento? Es como tirarle una piedra al mar. Porque así es usted. No se le puede contener”. ¡Joder! ¿Y qué tal me conociera?

Yo creo en el destino y que las personas nacen para algo. Por ahora no creo que yo haya nacido para el matrimonio ni tener más hijos, y eso no me hace una mala persona. Pero eso debe estar claro si alguien se quiere meter conmigo. No soy fácil y eso no es un secreto.

Tampoco implica que siempre voy a pensar así. Tal vez no. He manifestado que estoy a favor del ‘patraseo’. ¿Por qué no? Siempre, siempre, siempre, podemos cambiar de opinión y quizás yo lo haga. O cuando me vea madura, di tu a los 55 años, me junte con alguien para pasar esa época de mi vida.

Yo no quiero un esposo. Si llega un compañero, quiero que sea de vida y de viajes. Que nos sigamos la cuerda; que andemos con lo necesario, pero que tengamos para darnos gusto; que no tenga que empujarlo para hacer las vainas; que diga las cosas y las haga; que me enseñe; que sea tan auténtico como le salga de los cojones y que su actividad favorita sea ¡vivir!

No crean. No son características fáciles de encontrar todas juntas. Si llega; chévere. Si no; tengo lo suficiente en mí para ser absolutamente feliz.

Así que no hay de que preocuparse. No soy la primera ni seré la última a la que le pasa esto. Sola no estaré. Me tengo a mí. Aunque no deja de doler esto de ser sensata y tomar decisiones difíciles. Pero alguien lo debe hacer.

Vamos a cortarnos las venas? Listo. Les dejo dos perlitas.






A sobrevivir que el mundo es de los valientes que no vivimos en la zona de confort!