Nada como ese sentimiento visceral que
crece sin llamarlo. Esas mariposas que se sienten en la panza porque sí. Creí
que nunca lo iba a sentir nuevamente.
Así llegó, una noche. Bueno, varias.
Apareció como el que menos me esperaba, al que veía porque el destino nos
juntaba por actividades establecidas que se cruzaban y ni atención le prestaba.
No me percataba que estaba ahí. Era el gracioso, el que nos hacía reír a todos,
y yo, como raro, le hacía la segunda con mis chistes flojos. Nada más.
VIERNES 10:00 pm (Mensaje de WhatsApp)
Me escribe él:
- Hola.
Mi cara de: “¿Quién me habla?”.
Ubicación por scanner de rastreo en mi cerebro. Mientras llega quién es o de
dónde lo conozco. Contesto un seco – Hola.
- ¿Cómo estás?
Ya lo había ubicado y mentalmente fue
como un: “pffff (esa expresión que tanto detesta), ¿este man que hace
escribiéndome un viernes a esta hora?
- Bien. Contesté.
Preguntó cómo estaba. Yo, como raro, de
fiesta. Finalmente, me dijo que le avisara al llegar. Raro, pensé. Pero, al
final de la noche algo me hizo enviarle un mensaje de voz:
- Como pediste, aviso.
Llegué bien.
No fue más.
Después de invitarme mil veces y de yo
sacar el cuerpo otras mil, al fin le dije, que por motivos de agenda, solo
tenía un martes a la noche. Propuse plan alitas y cerveza. Llegué con la misma
ropa de trabajo, sin retoque de maquillaje y cara del cansancio del día.
Y ahí algo extraño pasó. Después de
verlo tantas veces, de cruzar palabra como con cualquier parroquiano, la boca
del estómago me dijo que ahí había algo. Algo que no sentía desde que tenía 17
años aproximadamente.
La cita duró hasta las 3:00 de la mañana
que nos sacaron de una tienda de barrio porque nos bebimos todas las cervezas
del mundo mundial. Me contó cosas que me dejaron azul, yo otras que lo pusieron
rojo.
Al otro día moría por verlo. Ya sin el
licor y a sabiendas que esto era una de las cosas más difíciles que podía
hacer. Meterme con él.
Siempre me preguntaban por qué no lo
mostraba. Por qué no aparecía en ninguna de mis redes, ni el nombre, ni un
taggeo, nada. Era como un fantasma. Los chistes, comentarios, interrogatorios
no se hicieron esperar: es casado, decían unos; es gay, es su mejor amigo, es
muy feo y le da pena, es muy guapo y no quiere que nadie se lo quite, es
famoso, es el hijo del presidente. Hubo para sentarme a reír a base de
especulaciones.
Y ahí estaba. Mi Mejor descubrimiento.
De ojos grandes. Alto. Ahí siempre estuvo y no lo había visto. Hasta ese día el
mundo se volcó.
Y luego descubro, extrañamente, que mi
mejor descubrimiento no es él. Siempre pensé que así era. Lo pensé cuando nos
fuimos de paseo con mis amigos y me divertí tanto. Lo pensé cuando nos
quedábamos eternidades hablando pendejadas. Lo pensé cuando me mostró esa parte
tan oscura que cualquiera podría avergonzarse, y decidió mostrármela toda
entera a mí, arriesgándose a que yo saliera despavorida. Pensé que era él mi
mejor descubrimiento cuando nos fuimos a Providencia a internarnos en el paraíso
ocho días, solos, sin internet, sin teléfono, viéndonos las caras siete días 24
horas y todo fue perfecto. Es más, queríamos más.
Lo pensé muchas veces. Él era mi mejor
descubrimiento. Pero eso no era lo que tenía que descubrir. Tenía que
descubrirme a mí. Y ahí estaba yo. Amando. Simplemente eso. Dando. Dando sin
restricción, sin miedo, sin temor, metida con patas y manos hasta el fondo.
Siempre me guardaba algo, era mi costumbre, nunca me comprometía con nada, con
nadie, siempre dejaba puertas abiertas por si algo pasaba, por si no
funcionaba, por si algo ocurría, por si me dejaban, por si me aburría, por si
se nos acababa el impulso. Siempre mi amor era por partes, racional, pensado,
calculado, milimétrico.
Con esa coraza que siempre tenía y que
solo me la pudo quitar una persona con mucho esfuerzo, tiempo, años y trabajo.
Me sorprendí soñando cosas, me sorprendí
siendo paciente. Me encontré no botando a la caneca lo que no me sirve, porque
siempre sé lo que quiero y si no es como lo quiero digo un fuerte: “NEXT”.
Me descubrí creciendo, creyendo, confiando.
Para ese mejor descubrimiento solo tengo
un eterno gracias. Yo no sé qué pase de acá a mañana. No sé si sigamos en esta
aventura o cojamos cada uno por su camino. Pero pase lo que pase de aquí en
adelante solo tengo que estar agradecida. Creo que no sabe ni qué hizo ni cómo
lo hizo. Yo tampoco.
Sabemos que si seguimos son mil
obstáculos los que vienen por delante. Cómo siempre me ha gustado. ¿Qué camino
escoger para mí? Es obvio. El más difícil. Él ya lo sabe.
El volver a sentir es uno de los regalos
más maravillosos que me han dado. Y cuantas veces tenga que hacer lo que tenga
que hacer para volver a sentir, lo volveré a hacer. Porque soy humana, porque crezco
enfrentándome con cosas que no puedo manejar aunque me dé rabia.
Amo que mi mejor descubrimiento haya
sido yo misma.