Ésta,
evidentemente, no es una historia de navidad ni de buenos deseos de año nuevo.
Pero sí sobre algo que me pasó este año y que tiene que ver mucho con la
historia de mi familia.
Mi
abuelita Alcira fue la que nos metió, a mis primas y a mí, el bichito político.
Ella, a su vez, recibió la influencia del bisabuelo Rafael; ateo y más rojo que
el que más.
Recuerdo
un afiche que estaba en su cuarto de Luis Carlos Galán Sarmiento, recuerdo
cuando salía a votar con su blusa satianda roja a gritar “que viva el partido
liberal” y recuerdo cuando decía que Fidel era el hombre que más admiraba y que
hubiese querido conocer Cuba.
Pues
este año tuve la oportunidad de ir a La Habana. Los tiquetes estaban baratos y
fue el momento perfecto para conocer esa sociedad que mi abuelita tanto
admiraba, y la verdad, verla, fue un golpe fuerte.
Tiene
cosas maravillosas como sus playas, su gente, los paisajes, los licores, la
música y una comida deliciosa; nada como esas vacas fritas, las colas de
langosta, las masitas y los mariscos, los cuales, los cubanos rara vez pueden
probar porque sus salarios no les alcanza para esos manjares, y obvio, en las
listas de ración, no existen. Solo pueden probar cerdo.
Me
quedé en casa de Consuelito. La esposa del que fue el un oficial muy cercano de
Fidel. Su hermana se casó con Francisco, un soldado que sirvió a la revolución
por 40 años. A ese lugar me llevó el destino.
Francisco
tiene un Lada con radio de pasacintas modelo de los años 50. Él me hacía las
carreras más baratas que los ‘almendrones’ (taxis tradicionales) para poderse
ganar unos CUC’s de más (moneda que manejan extranjeros y que los cubanos no
pueden tener, a menos que trabajen en turismo).
Descubrí
muchas cosas que me dejaron sorprendida: por ejemplo que negociar con carne de
res es ilegal. Si te cogen con carne de res es igual que si tuvieras drogas
ilícitas y te pueden dar hasta 23 años de prisión. Las vacas solo las maneja el
gobierno, y por consiguiente, son los únicos cubanos que las pueden comer.
También
descubrí que no se ha construido una sola edificación desde la revolución. Tuvimos
la siguiente conversación con Francisco en un viaje a la casa de Hemingway:
- - Francisco. Digamos que yo soy cubana y me enamoro de otro
cubano. Queremos casarnos. ¿Dónde viviríamos?
- - Pues en la casa de tus papás o en la de los papás de él;
donde haya más espacio. Acá encuentras casas donde viven abuelos, padres, hijos
y nietos.
Quedé
plop. El hacinamiento es altísimo.
Un
día, un taxista que me llevó al jardín botánico me preguntó cómo me había
parecido Cuba a lo que respondí que eran unas por otras, que les faltaban
muchas cosas básicas, pero que eso de tener salud y educación gratuita era un
lujo; a lo cual me respondió de forma concreta: “No te equivoques, Colombia,
aquí te están cobrando la educación y la salud desde antes de nacer y después
de morirte. No podemos comer bien, no podemos hacer nada sin permiso del
gobierno. Esto no es vida señorita”.
Existen
en todos los barrios los CDR (Comités de la Revolución), algo así como lo que
Uribe quería hacer acá con los ‘Informantes’. Son los sapos que reportan al
gobierno TODO lo que hacen los vecinos y que pueda parecer antirevolucionario.
Francisco me decía en tono de risa: “Chica, aquí no puedes tener ni amante
clandestina porque ya Raúl lo sabe”.
Cuando
empacaba maleta para salir a Cuba, me dijeron que debía llevar ropa para la
gente porque lo necesitaban. A mí me daba vergüenza ofrecerla. Hasta que una
mañana, Consuelito me sirvió el desayuno y en medio de las frutas y el café
(que compraba con los 5 CUC’s que me cobraba para el desayuno, lo cual era un
platal para ellos), le pregunté:
- - Consuelito, ¿ustedes dónde compran ropa?, o ¿se las dan
en dotación o algo así?
- -Pues nos toca en los Shopping que son carísimos y de mala
calidad. Le compré a mi nieta unos zapatos y a los dos meses se rompieron. Me
costaron como 45 CUC (equivalente a 45 dólares. Teniendo en cuenta que el
sueldo regular es de 20 dólares).
- - Consuelito. ¿Sabes de una chica que tenga más o menos mi
cuerpo y que necesite ropa?, traje una que ya casi no uso.
- - Mi nieta – me contestó.
Así
que saqué una falda, una pantaloneta y tres esqueletos y los dejé sobre mi
cama. Al regresar en la noche, Consuelito me agradeció. “Le quedaron perfectos
y la falda le encantó”.
Ya
para terminar, los invité a cenar a un restaurante que estaba en una terraza
con una vista hermosa. Francisco pidió una tabla de quesos y jamones,
Consuelito una ensalada de camarones y Ángela, la esposa de Francisco, un
pescado al limón. Estaban felices y para mí no hubo más felicidad que verlos
así.
Al
otro día, me invitaron a comer moros con cristianos en un almuerzo delicioso.
Eso fue el día de mi regreso. Después de agradecer la atención, Francisco me
llevó al aeropuerto, me contó que lo habían llamado de un hotel para una
reparación. Él es ingeniero eléctrico y su esposa ingeniera química (ella jamás
ejerció). Como él es pensionado militar, no puede cobrar en dinero, así que iba
a cobrar en especie: Dos quesos gouda.
“¿Sabes
Caro? Me da tristeza haber perdido cuarenta años de mi vida sirviendo a esta
revolución que no sirvió para nada. El romanticismo es bello, pero en la
realidad es otra cosa.”, me dijo finalmente. Esas palabras me quedaron
grabadas.
Toda
esta bitácora de viaje se las cuento porque me devolví diciendo que eso tenía
que terminar y le pondría diez años para que Cuba volviera a ser la niña de los
ojos de Estados Unidos.
Hace
unas pocas semanas, Raúl y Obama hicieron una alocución diciendo que iban a
liberar los retenidos de ambos países y que se haría lo posible para detener el
embargo a Cuba.
Me
alegró la noticia enormemente. El día anterior al anuncio, Consuelito me
escribió un correo contándome que Francisco tuvo un paro cerebral y que
esperaban lo peor. Sigue igual a la fecha y me da tristeza que no haya vivido
el momento histórico.
Me
hubiese gustado que mi abuelita viera de primera mano la Cuba que yo vi, tal
vez y solo tal vez, cambiara de opinión sobre la izquierda.
Debo
decir que en este año la izquierda latinoamericana me ha decepcionado
enormemente. Es una utopía mal manejada, la única que funcionó fue en Uruguay y
porque no la llevaron al extremo. De resto, creo que llevan a sus países al
declive. Como la derecha lo ha hecho a otros tantos.
Estuve
en Buenos Aires y allá van de culo pal estanco. Pero esa bitácora será después.
Los
extremos no nos llevan a nada bueno y creo que para este año nos quedan dos
cosas para aprender:
1. No podemos creer que algo es bello o lo mejor o lo
correcto, si no lo vivimos directamente.
2. Los extremos son tan parecidos que terminan tocándose. Es
mejor, coger lo bueno de cada parte y hacer un mix propio.
En
lo que a mí respecta, espero volver a Cuba y ver que los cubanos pueden comer
lo que quieran y que con esa educación que reciben, pueden ejercer para bien
propio y común.
Abuelita:
lo siento mucho. Cuba no era lo que me contabas.