Por
estos días recordé un episodio que viví en mi Universidad cuando estaba
estudiando Comunicación Social.
Yo estaba en octavo semestre de estudios,
corría el año 2005 (eso suena como a viejita) y el gobierno de Uribe estaba
empezando a estructurar la ley, que por entonces se llamaba ‘Ley de justicia y
reparación’. Mi profesor de Ciencias Políticas, organizó un debate para conocer
los conceptos de la misma desde las diversas partes. Los invitados eran: Luis
Carlos Restrepo, el entonces, Alto Comisionado para la Paz; Germán Vargas Lleras, entonces, senador uribista y uno de los colaboradores en crear el Partido de la U;
Gustavo Petro, senador de izquierda y siempre opositor; y su servidora, en
representación de los estudiantes.
Petro
nunca llegó, -en ese momento sería quien pusiera la balanza equilibrada- y yo me
encontraba sola, frente a un auditorio lleno, con el Osito a mi izquierda (cosa
paradójica) y Vargas Lleras a mi derecha. Ambos le apostaban a la Ley. Yo no.
Yo
con escasos 21 añitos sentada en la mitad, di a grandes rasgos el siguiente
argumento: Es imposible que hagan una ley de víctimas sin un reconocimiento al
conflicto interno armado. Sin ese reconocimiento, ante leyes internacionales,
tampoco existirán víctimas.
Obviamente,
mis otros dos opositores de debate y con mucha más cancha que yo en esos
estrados, me dieron sopa y seco. Pero mantuve mi posición. Luego ese fue un eje
fundamental para realizar mi Tesis de grado: la negación del conflicto en
Colombia.
La
semana pasada escuché al presidente - candidato Santos, dando este mismo
argumento a su opositor Oscar Iván Zuluaga en el debate de la FM. Le dijo que
si él decía que le importaban las víctimas, no podía negar el conflicto, porque
sería desconocer a las víctimas. Sentí un viaje en el tiempo.
Cuando
Santos llegó a la presidencia, el reconocimiento de un conflicto abrió las
puertas a un verdadero proceso de paz. Si nos reconocemos es posible avanzar,
avanzar algún lado, pero avanzar, por lo menos a dejar la negación de nuestros
problemas.
Para
la primera candidatura como presidente yo no voté por Santos. Obvio, representaba a
Uribe. Pero me sorprendió cuando una de las primeras cosas que hizo fue
reconocer el conflicto. Me sorprendió cuando tumbó el proyecto que pretendía
manejar la Fiscalía y estableció un respeto por la división de las ramas del
poder público… y así me ha venido sorprendiendo gratamente hasta ahora.
Por
cosas de la vida y de trabajo, he tenido que viajar a poblaciones donde de
verdad he visto la miseria y la pobreza, pero son lugares a los que se les está
intentando cambiar el semblante. Con mi trabajo otorgamos casas a personas que
jamás hubiesen podido tener una, víctimas desplazados por la violencia o por
ola invernal, familias que tenían el piso de sus ranchos en tierra, su techo
con láminas de zinc o plástico y sus paredes de tabla y cartón. Una vez le
pregunté a un señor de qué estaba hecha su casa y me contestó que tenía tantos
restos que no sabía. Su alegría era que ya tenía una casa digna para él y su
familia.
Me
he encontrado con niños que no tenían ni idea que era hacer sus necesidades en
un baño o bañarse en una ducha. He visto como ahora se les lleva agua a las casas de
los que jamás pensaron ni tener un baño y acueducto donde se lo habían robado
hasta nueve veces.
Hoy
creo en un proceso de paz, que aunque se realiza en medio de un conflicto,
hemos logrado avanzar como nunca antes se había hecho en Colombia. Con puntos
claros en la agenda, de los cuales se han terminado tres y que luego serán
refrendados por la ciudadanía.
Entiendo
que la paz va mucho más allá de firmar un acuerdo en una mesa. Entiendo que paz
es justicia social con educación, salud, infraestructura, entre otras
necesidades, y sé que aún falta mucho, pero créanme que estoy viendo avances.
Se está mirando por fin al pueblo.
No
vivimos en Suiza. No estamos perfectamente y falta mucho por hacer, pero votar
por Zuluaga representa un retroceso abismal. Un retroceso a no reconocer el
conflicto, a volver a invertir dinero en la guerra, el cual es un negocio igual
o más rentable que el narcotráfico, volver a los miedos de políticos
opositores, sindicalistas y periodistas a que les intercepten ilegalmente sus
llamadas y correos, y que nadie pague por eso.
Zuluaga,
puede que sea una persona brillante en materia económica (y tengo mis dudas),
pero para nadie es un secreto que la sombra y el verdadero poder se oculta en
Álvaro Uribe Vélez.
Fueron
ocho años de incertidumbre, de tener una agenda internacional enmarcada por
terrorismo y drogas, de peleas con los vecinos y de intransigencias. Los de
derecha apelan con su único argumento que se podía viajar por carreteras a
fincas imaginarias que ni siquiera pueden comprar. Pero en política
internacional, en salud, en educación, fuimos para atrás, todo por estar centrados
en una guerra.
Mis
abuelos fueron sacados del pueblo por ser liberales a comienzos de los años 60.
Ana María Aldana, mi abuela, mi madre y yo, no hemos visto un país en paz. Creo
que es momento que mi hijo lo pueda hacer. Eso es lo que más quiero. Una paz
negociada, para que luego podamos invertir con fuerza en política social.
Confieso
que tengo miedo; pánico que quede Zuluaga como presidente. No quiero la seguridad
democrática falsa amparada en grupos paramilitares en toda la extensión de la
palabra (no autodefensas), no quiero más guerra y odio, no más parapolíticos,
no más disputas con vecinos, no quiero chuzadas, no quiero más casos como los
de Agro Ingreso Seguro, no quiero que los impuestos se vayan a comprar balas,
no quiero retornar a un desempleo del 14.6%, no quiero tener como presidente
alguien que ayudó a constituir la fatídica Ley 100 y que contribuyó con la Ley
50, que dentro de sus puntos está quitarle las horas extras a los trabajadores
y colaboró con la creación de empleo informal y a profundizar la cultura del
rebusque.
No
quiero estar con alguien, cuyo jefe político sacó unos TLC mal estructurados
que arruinan al campo, no quiero estar con quienes aumentaron el IVA del 8 al
16 % en la canasta familiar, no quiero más aumento a los combustibles, como la
exagerada cifra (200 %) que se repuntó cuando Zuluaga fue Ministro de Hacienda.
Seguimos
siendo un país desigual. Pero he visto como se está tratando que acabar con esa
brecha. Yo quiero un país donde la única guerra que se libre, sea la lucha
contra la pobreza y tengamos presupuesto para hacerlo.
No
entiendo, cómo muchos colombianos siguen apoyando la política de Uribe después
de todo lo que se le ha sacado a la luz pública. Dentro de los que trabajaron
con él están dos prófugos de la justicia con Circular Roja de Interpol; Luis Carlos
Restrepo por falsas desmovilizaciones (y quien me ofreció trabajo ese día en el
debate y afortunadamente dije que no) y María del Pilar Hurtado por las
chuzadas del DAS. Condenados: Salvador Arana, César Pérez, García, José Miguel
Narváez, Jorge Noguera, Dilian Francisca Toro, Andrés Peñate, Sabas Pretelt y
Flavio Buitrago. Investigados: César Maurico Velásquez, Edmundo del Castillo,
Santiago Uribe, Juan José Mosquera, Diego Palacio, José Obdulio Gavira,
Bernardo Moreno, Mario Aranguren, Manuel Cuello y Luis Camilo Osorio.
Imputados: Piedad Zucardi y Luis Felipe Arias. Extraditado: General Santoyo.
Quizá
se me queda alguno por fuera, pero todos trabajaron para Uribe y él está
tranquilo y campante, incluso, el pueblo lo eligió como senador.
No
entiendo como personas como María Fernanda Cabal y sus secuaces alimentan esa
mente anquilosada que representan. Donde no existe un respeto mínimo a la
diferencia, donde la única familia que existe para ellos es hombre con mujer y
con la bendición de Dios, donde la moral raya con la dictadura. Personas como
ella, como Uribe, como José Obdulio, en definitiva, como Oscar Iván Zuluaga,
nos regresan al pasado medieval donde las cosas se hacen porque así es y es una
orden. Donde el espacio al diálogo no está abierto, donde si se piensa
diferente, se juzga y se persigue.
Por
eso, este escrito no pretende generar odios. Mi mejor amigo es Zuluagiuista y
Uribista a morir. Discutimos con argumentos diversos, pero sabemos frenarnos,
porque existe algo mucho más grande: el amor que nos tenemos, y yo no voy a perder un amigo
porque piense diferente a mí.
Pero
con este escrito pretendo convencer a muchos que la opción este domingo debe
ser la paz. Muchos dicen que ambos son corruptos, politiqueros y de derecha. Si
lo creen, vale. Pero las cosas ya están dadas para cualquiera de los dos,
Santos o Zuluaga, sea el mandatario. No hay más opciones.
No
se abstenga de votar. El voto es el arma que poseemos para escoger lo que
queremos como democracia. Sólo les pido que evalúen, si no saben lo que quieren,
si los candidatos no los convencen, respóndase “¿Qué es lo que NO quiero para
mi país?” y salga a votar el domingo.
Mi
voto, irrevocablemente, será por la paz. Porque le creo.