Creo que últimamente me he fijado
que existen hombres que nos temen a algunas mujeres.
Nosotras no queremos casarnos y
tener hijos con cada uno con el que tenemos una relación. Algunas veces solo
buscamos compañía o pasar un ‘ratito’ agradable; y está bien, una que otra vez,
divertirnos. Pero son muy muy pocas.
Pero cuando eres clara y les dices
lo que quieres, de frente, simulan aceptarlo, y luego, huyen despavoridos.
Eso le pasó a Laura, una amiga que
vino a hacer una maestría a España. Es argentina ella. Socióloga, inteligente,
valiente y para qué mentir: muy guapa.
Ella vino antes que yo. Postergó su
trabajo con una fundación en Buenos Aires y unos proyectos que tenía porque es
una loca enamorada de España.
Al venir, ella quiso seguir con su “novio
por correspondencia”, -como le dice ella- con el que llevaba dos años. Pero el
tiempo, la distancia y la falta de contacto, hizo que lo dejaran en menos de
seis meses de separación. “Cuando no es, no es”. Normal.
“De verdad yo sentía que él era
para mí. Pero hay circunstancias que son más fuertes. Él cambio. Y yo también”.
Hace poco la vi feliz con un alemán súper buena onda. Él hablaba perfecto español. Gunnar estudió una maestría en
Argentina. Nunca se había visto en la vida hasta una noche en que sus amigos
alemanes vinieron a visitarlo y se encontraron en un bar en la calle del Barco.
Luego de las copas se separaron esa
noche cada uno a sus pisos. Pero Gunnar se saltó, lo que él denominaba, la
regla de no llamar a una chica que recién conoces sino hasta los tres días. Esa
misma madrugada le escribió para saber cómo había llegado a su casa.
Se vieron después con la luz del
día. Fueron a tomar cañitas a ‘Ojalá’, un bar cerca de Tribunal. Parecía que
ese nombre era la puerta de su historia.
Tenían mucho en común y a ella le
encantaba como le contaba historias de su Buenos Aires querido.
Se le hacía gracioso cómo
pronunciaba la palabra ‘boludo’ y cuando le decía que su habitación estaba
hecha un ‘quilombo’.
La tarde se hizo noche, fueron a un
bar a ver un partido de fútbol y luego a tapear con más y más cañas. Se besaron
hasta el cansancio.
Y llegó el momento. Ella le ofreció
un amor con fecha de caducidad. Laura fue tan clara como para proponerle que se
disfrutaran hasta octubre, mes en que ella regresa a su país. Porque sabe que
su vida está allá. Su trabajo, sus amigos, sus contactos. Todo.
Laura es de esas mujeres que se
cree inmune. Que ella jamás se va a enamorar, siempre y cuando tenga su meta
clara en la vida. Su meta es llegar muy lejos en el plano profesional y ningún
amor le va a cambiar los planes.
Gunnar aceptó su propuesta suicida.
Y fue hermoso el poco tiempo que duró. Ella era su milagro y su princesa.
Aprendió a hacer desayunos y palabras alemanas. Y se encontró con que,
efectivamente, los alemanes son muy cuadriculados, pero este era más latino que
cualquiera. Risas, cosquillas y mimos.
Pero como todo lo hermoso, esto no
duró. Cada vez y cada vez él más lejos. Hasta que él le confesó que no quería enamorarse
de ella. Siguieron, pero a más y más kilómetros afectivos de distancia.
“Dianis, (como me dice ella) yo no
me enamoré. Pero es que uno estando sola uno se aferra mucho a lo bonito que
encuentra. Y más con un hombre tan lindo. Sexo? Eso lo encuentro en cualquier
parte. Yo solo quería amanecer con alguien así fuera una vez por semana. Con alguien
a quién entregarle cariño y que sabía que también me lo entregaba”.
Fue la misma Laura la que le dijo
que no más. Y él le dijo que no quería terminar mal con ella. Que ella le caía “muy
bien”.
“Muy bien? Muy bien me caen mis
compis de piso y no les digo mi amor ni me acuesto con ellos”. Dice con su carácter
fuerte.
Solo le quedó un chocolate que él
le trajo de un viaje. Ni siquiera son amigos en Facebook. Tal vez ninguno
quería que algo se supiera del otro.
La vi triste unos días. Pero luego
de llorarlo tres días, se maquilló, se puso tacones y salió nuevamente a
comerse el mundo.
Lo sé. Los hombres no entienden de
eso. Ni Gunnar ni ninguno.
Eran solo dos extraños concediéndose
deseos...