La muerte es un paso natural
que todos, absolutamente todos, tenemos que dar.
Siempre he sido de las
personas fuertes, que entienden a la amiga muerte como algo natural. Sin miedo.
Siempre he pensado que hay
algo más allá que nos espera. Un mundo completo por descubrir. Y yo no le temo
a los cambios.
Cuando muere un ser
querido, y la amiga muerte ya anunciaba su visita, no es tan traumática su
llegada. El problema es cuando esa visita llega por sorpresa, a la hora de la
cena y no tienes nada que ofrecerle.
Así paso:
Entra una llamada a Skype de
mi madre desde Colombia. Estoy en reunión y no puedo contestar.
Al minuto otra llamada a
Tango. Evidentemente la rechazo. Así, sigue en tres intentos.
Respondo por
mensaje: “Madre no puedo contestarte ahora. ¿Qué es lo tan urgente? O me das 15
min y te marco”.
No recibo respuesta.
Quedo preocupada y al salir
de reunión lo primero que hago es llamarla.
No he hecho la catarsis. Por eso la hago ahora.
- ¿Qué pasó? Pregunto.
- Nena. Ayer llamé a Gloria a contarle algo
importante. Me contestó alguien que no conozco. Me dijo que murió esta
madrugada.
Confusión en mi cabeza.
- ¿Cuál Gloria?, pregunto.
Pregunta estúpida. La única
amiga en común con mi madre era ‘nuestra Gloria’.
- Gloria García.
- ¿La de Pereira?, vuelvo a preguntar
estúpidamente, como validando una información que no quería escuchar.
- Sí. – Responde mi madre en seco.
- Pero ¿cómo así? Pero ¿Quién te contestó?, ¿Qué
fue lo que te dijo?
- Ni idea. Me dijo que esta mañana no despertó.
- Pero, ¿es confirmado? ¿O fue una confusión?
Ahora que lo pienso, fue una
serie de preguntas absurdas.
Gloria tendría cuarenta y
tantos. Dos hijas. Un nieto. Una salud inquebrantable, no le daba ni una gripa.
Es más, siempre me decía que yo era una floja cuando me enfermaba.
Grosera como ella sola. Era
imposible escuchar una frase pronunciada por ella que no tuviera un hijueputazo
o algo parecido.
Ella me puso los apodos y
motes más extraños de la vida, que no comparto con ustedes por respeto o porque
pueden pensar mal de mí.
Siempre se levantaba a las
7:30 am. Ese día eran las 8:30 y no lo había hecho. A sus hijas se les hizo
extraño, subieron y la encontraron en el sueño profundo. Sin avisar.
Yo ‘conocí’ a Gloria a mis 15
años. Ella tenía un don especial. Ella veía cosas que otros no podían. No
echaba cartas, no leía el tabaco, nada de eso. Sencillamente ella sabía por lo
general que había pasado con alguien exactamente, o que pasaría a futuro.
Quizás ella sí sabía de la visita que recibiría o tal vez la muerte la “agarró
con los calzones abajo”, como decía ella. Eso jamás lo sabré.
Ese don que tenía era lo que
más amaba y lo que más detestaba yo de ella.
Me decía cosas sin que le
preguntara. Yo me negaba a creerle. Le decía que no. Que fulanito de tal no era
como ella me decía. Pasaba el tiempo y parecía que Gloria fuera la libretista
de la historia. Era asustadora.
A veces le tenía que decir,
en serio, que no me dijera nada, que prefería el factor sorpresa, pero ella
insistía: “Es mejor estar preparada y aproveche que puede hacerlo”, me decía.
Cuando me enteré de la noticia
yo estaba saliendo de la Agencia. Lo único que hice, camino al metro, fue despedirme, agradecerle por su amistad y
decirle que me esperara en el cielo pa chupar aguardiente como nos gustaba. No
le dije que la quería, porque eso siempre lo hice. Después de cada conversación
le decía: Sumercé sabe que yo la quiero mucho ¿Cierto? Ella respondía: “Yo
también boba”.
Salí a encontrarme con una
amiga en La Latina. Bebí una, dos, tres cervezas. Luego tinto de verano y luego
en su casa como mil Gin Tonics. Me entró melancolía. Pero no lloré. Gloria
disfrutó mucho la vida como para llorarla. Pero me bebí lo que encontré a su nombre.
Al otro día, me levanté con
resaca en casa de mi amiga y me arreglé para ir a trabajar. Llegué y en mi
puesto de trabajo derramé unas pocas lágrimas. Creo que la resaca me quebró es sistema lagrimal. Se
me escurrían solas.
Con el trajín de los días fui
asumiéndolo.
Hace unas semanas tuve una
muy buena noticia. Sólo pensé en llamarla para contarle, entre risas, que lo
que ella me había dicho había acabado de ocurrirme (como siempre).
Solo recordé que ya no
estaba.
Esta canción, para Jenny y Lina: sus hijas.
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