miércoles, 29 de mayo de 2013

A tu salud, Glorita


La muerte es un paso natural que todos, absolutamente todos, tenemos que dar.

Siempre he sido de las personas fuertes, que entienden a la amiga muerte como algo natural. Sin miedo.

Siempre he pensado que hay algo más allá que nos espera. Un mundo completo por descubrir. Y yo no le temo a los cambios.

Cuando muere un ser querido, y la amiga muerte ya anunciaba su visita, no es tan traumática su llegada. El problema es cuando esa visita llega por sorpresa, a la hora de la cena y no tienes nada que ofrecerle.


 
Así paso:

Entra una llamada a Skype de mi madre desde Colombia. Estoy en reunión y no puedo contestar.

Al minuto otra llamada a Tango. Evidentemente la rechazo. Así, sigue en tres intentos. 

Respondo por mensaje: “Madre no puedo contestarte ahora. ¿Qué es lo tan urgente? O me das 15 min y te marco”.

No recibo respuesta.
Quedo preocupada y al salir de reunión lo primero que hago es llamarla.

No he hecho la catarsis. Por eso la hago ahora.

- ¿Qué pasó? Pregunto.
- Nena. Ayer llamé a Gloria a contarle algo importante. Me contestó alguien que no conozco. Me dijo que murió esta madrugada.
Confusión en mi cabeza.
- ¿Cuál Gloria?, pregunto.
Pregunta estúpida. La única amiga en común con mi madre era ‘nuestra Gloria’.
-  Gloria García.
¿La de Pereira?, vuelvo a preguntar estúpidamente, como validando una información que no quería escuchar.
- Sí. – Responde mi madre en seco.
Pero ¿cómo así? Pero ¿Quién te contestó?, ¿Qué fue lo que te dijo?
-  Ni idea. Me dijo que esta mañana no despertó.
Pero, ¿es confirmado? ¿O fue una confusión?

Ahora que lo pienso, fue una serie de preguntas absurdas.


Gloria tendría cuarenta y tantos. Dos hijas. Un nieto. Una salud inquebrantable, no le daba ni una gripa. Es más, siempre me decía que yo era una floja cuando me enfermaba.

Grosera como ella sola. Era imposible escuchar una frase pronunciada por ella que no tuviera un hijueputazo o algo parecido.

Ella me puso los apodos y motes más extraños de la vida, que no comparto con ustedes por respeto o porque pueden pensar mal de mí.

Siempre se levantaba a las 7:30 am. Ese día eran las 8:30 y no lo había hecho. A sus hijas se les hizo extraño, subieron y la encontraron en el sueño profundo. Sin avisar.

Yo ‘conocí’ a Gloria a mis 15 años. Ella tenía un don especial. Ella veía cosas que otros no podían. No echaba cartas, no leía el tabaco, nada de eso. Sencillamente ella sabía por lo general que había pasado con alguien exactamente, o que pasaría a futuro. Quizás ella sí sabía de la visita que recibiría o tal vez la muerte la “agarró con los calzones abajo”, como decía ella. Eso jamás lo sabré.

Ese don que tenía era lo que más amaba y lo que más detestaba yo de ella.
Me decía cosas sin que le preguntara. Yo me negaba a creerle. Le decía que no. Que fulanito de tal no era como ella me decía. Pasaba el tiempo y parecía que Gloria fuera la libretista de la historia. Era asustadora.

A veces le tenía que decir, en serio, que no me dijera nada, que prefería el factor sorpresa, pero ella insistía: “Es mejor estar preparada y aproveche que puede hacerlo”, me decía.

Cuando me enteré de la noticia yo estaba saliendo de la Agencia. Lo único que hice, camino al metro,  fue despedirme, agradecerle por su amistad y decirle que me esperara en el cielo pa chupar aguardiente como nos gustaba. No le dije que la quería, porque eso siempre lo hice. Después de cada conversación le decía: Sumercé sabe que yo la quiero mucho ¿Cierto? Ella respondía: “Yo también boba”.

Salí a encontrarme con una amiga en La Latina. Bebí una, dos, tres cervezas. Luego tinto de verano y luego en su casa como mil Gin Tonics. Me entró melancolía. Pero no lloré. Gloria disfrutó mucho la vida como para llorarla. Pero me bebí lo que encontré a su nombre.

Al otro día, me levanté con resaca en casa de mi amiga y me arreglé para ir a trabajar. Llegué y en mi puesto de trabajo derramé unas pocas lágrimas. Creo que  la resaca me quebró es sistema lagrimal. Se me escurrían solas.

Con el trajín de los días fui asumiéndolo.

Hace unas semanas tuve una muy buena noticia. Sólo pensé en llamarla para contarle, entre risas, que lo que ella me había dicho había acabado de ocurrirme (como siempre).


Solo recordé que ya no estaba.

Esta canción, para Jenny y Lina: sus hijas.


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